Llega septiembre. Llega la hora. Llega el momento de recoger el fruto de todo un año de trabajo. La uva que definirá nuestros vinos está en su punto óptimo y el éxito de nuestras bodegas depende de no cometer el más mínimo error.
Ya hace tiempo que acabó el envero, ese momento mágico en el que los granos de la uva, antes tan verdes como la propia planta, perdieron la clorofila y ganaron polifenoles, mostrando descarados todos los compuestos pigmentarios característicos de cada variedad. Un espectáculo que no suele durar más de 15 días, momento en el que cada grano se cubre con una capa cerúlea llamada pruina. Es entonces cuando hay que regarla con mimo, con ciencia, con extremo cuidado. Evitando en todo momento que el fruto engorde demasiado rápido y llegue a romper el hollejo, lo que arruinaría la cosecha. Uno o hasta dos meses después, la uva alcanza la madurez necesaria para poder transformarse en vino.
Y llegados a este punto, ¿cuándo vendimiamos? No hay un día señalado ni un momento mejor que otro. Eso depende del diseño de cada vino y de las características que queramos que éste posea, buscando siempre el instante exacto de mayor equilibrio entre los azúcares y la acidez de nuestras uvas. Toda información es vital. Desde la medición de azúcares, el estado general de la vid o el grado de madurez de las pepitas, hasta el detalle de las previsiones meteorológicas o la disponibilidad de personal y recursos en esas fechas.
Una vez reunida y valorada toda esa información, el vinicultor encomienda su suerte y anuncia el día de la vendimia. Una actividad extenuante en la que no hay horarios y con la que culmina un año de trabajo y buenos deseos en campos y bodegas de todo el país. Normal que empiece y termine con una gran fiesta entre amigos y vecinos de todos los pueblos. Hay que celebrarlo por todo lo alto.
Cada vez ponemos más medios y más experiencia al cuidado de nuestras cosechas. Quizás por eso, en 2013, España se convirtió en el primer productor de vino del mundo al alcanzar una producción de 50,5 millones de hectolitros, muy por encima de sus principales competidores, Italia y Francia, cuyas cosechas se vieron mermadas por las malas condiciones climatológicas. En nuestro país, también se dieron unas condiciones especialmente difíciles, marcadas por la lluvia y el retraso madurativo de la uva. El mayor aumento se produjo en Castilla-La Mancha, un 64,1%, y Extremadura y Cataluña, con un 28,4% y un 20,6% de aumento en sus producciones. Esta buena cosecha disparó la exportación y el consumo de vino español en todo el mundo.
Aunque hemos tenido una primavera fría, también se espera una abundante producción en 2014, que podría alcanzar los 40 millones de hectolitros. La suerte está echada.